lunes, 1 de junio de 2009

Una mujer cobarde

Llevaba años esperando animarse, llevaba mucho tiempo sin querer enfrentar la situación. Pero al fin, una tarde de verano tomo la decisión de hacerlo por única vez. Tal vez por primera vez en años. Tal vez por última vez antes de morir. Había sido cobarde, desde sus años mozos no se enfrentaba a esta situación. Pero cuando la tarde de verano caía con todo el silencio sobre las galerías, con la complicidad de la siesta de los demás habitantes de la casa, se animó.
Se desprendió suavemente de la sabana blanca, que la besaba casi con inconsistencia, para no molestarla, separó sigilosamente su cuerpo del colchón, y apoyo su pie en el piso de madera, tibio, evitando que su hombre se despertara.
De hacerlo, habría arruinado su plan, casi perfecto.
Camino como si fuese un murmullo, buscando su objetivo en la habitación central.
Aquella de la puerta endemoniadamente alta, de las cortinas terminadas en un fino macramé color chocolate, y la mesa en aquella esquina, siempre llena de fresias, siempre adornada con aquel cuadro de la abuela, y el collar blanco, de perlas naturales desparramado como al descuido.
Abrió la puerta, sigilosamente, muy sigilosamente, sus pasos eran murmullos sobre el tablado.
Ahi estaba el. Como siempre adusto, fuerte, central, dominando el espacio.
Comenzó a temblar, mientras deslizaba su camison, satinado, con vainillas perfectas e infinitamente femeninas hacia sus pies.
Cerro los ojos, muy fuerte, se abrazó así misma. Quizo , quizo y otra vez no pudo.
Sin abrir sus ojos maravillosamente negros, no puedo entregarse.
Como pudo y temblando, tomo un bretel de su camison vencido y lo alzó delicadamente, tal como era ella.
Cabizbaja, desandó el camino, y busco la galería, esa galería fresca de flores y ardiente de sol, se hamaco en la mecedora.
Una lágrima madura revento y rodo sobre la mejilla, la del lado del corazón, llegando al labio.
No pudo, Ella no pudo, como hacia años no podía entregar su imagen al espejo. No pudo verse, no quizo verse. Una vez mas se acobardó ante si misma, sin poder asumir, que su cuerpo ya nunca sería el mismo.
Que su piel ya no podria entrelazar a su hombre de la misma manera que aquella joven de los jueves lo hacia cada semana a las 5 de la tarde, puntualmente, en el cafe mas escondido de la ciudad.